Quiero que esto acabe, por mí y por los otros

Por David Matos
Fotografías Álbum familiar

Joseph es un joven venezolano, fisioterapeuta, residenciado en Cali, Colombia. Tras decretarse la cuarentena y cerrar el centro de rehabilitación donde trabajaba, su jefe lo ayudó consiguiéndole una oportunidad de sustento. Aunque se trata de un trabajo, ahora es Joseph quien, en su propia casa, ayuda a un paciente cuadrapléjico a sobrellevar el confinamiento.

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Joseph migró a Colombia en diciembre de 2017 porque en Venezuela se le hacía cada vez más difícil sostenerse. Como muchos ya habían hecho, dejó su tierra para tratar de encontrar lejos lo que el país ya no podía ofrecerle. Necesitaba estabilidad económica para ayudar a los suyos.

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Joseph es fisioterapeuta. Al llegar a Cali pasó tres meses buscando empleo, sin éxito. Hasta que, en febrero de 2018, comenzó a trabajar sin descanso en un centro de rehabilitación en el norte de la ciudad. Les hacía terapias a personas con lesiones en la médula espinal. Y le iba bien. Pero, en marzo de 2020, varios pacientes le notificaron que no volverían. Acababa de llegar al país la pandemia del coronavirus y tenían miedo. Poco después el centro de rehabilitación cerró sus puertas. Y comenzó el confinamiento.

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Era comprensible que se preguntara qué iba a hacer. Porque la factura del alquiler del apartamento seguía llegando puntualmente. Cada vez más compraba menos en el supermercado. Y se veía imposibilitado de mandarles dinero a sus familiares en Venezuela.

Hasta que, un día, su jefe en el centro de rehabilitación donde trabajaba antes del confinamiento, le refirió un paciente que necesitaba ayuda. Si aceptaba tratarlo, debía recibirlo en su casa.

Y Joseph no lo dudó.

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Joseph sabe que no tiene otra opción, pero su necesidad se cruza con la de su paciente, por eso lo cuida con cariño y dedicación. De algún modo, ambos solo se tienen el uno al otro, confinados dentro de esas cuatro paredes. Y el joven no deja de pensar en todo el cambio que esto ha supuesto para él.

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Cada 15 días, Joseph enviaba 150 mil pesos a su familia. Unos 20 dólares con los que su madre lograba comprar harina, huevos, pasta.

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Y aunque dice que el cambio tan radical que ha supuesto el aislamiento no le ha afectado tanto, Joseph tiene una preocupación: no deja de pensar en que al paciente que está cuidando en su casa se lo llevarán a Estados Unidos cuando termine la cuarentena. Ya le tienen un boleto comprado. Ya no lo verá más. Su cuidado quedará en otras manos.

Y él tendrá, otra vez, que reiniciar la búsqueda de su sustento.