En septiembre de 2019, La Vida de Nos fue seleccionada junto a otras organizaciones venezolanas para hacer parte de una plataforma promovida por Dejusticia, llamada Enlaza Venezuela. Fue un gran gesto de solidaridad por parte de esta organización colombiana de derechos humanos: participamos en talleres de formación, nos contactaron con organizaciones internacionales preocupadas por Venezuela y nos reunieron por una semana en Bogotá.
Este proyecto nació de un infortunio y de una maravillosa coincidencia.
Comencemos por la maravilla.
En septiembre de 2019, La Vida de Nos fue seleccionada junto a otras organizaciones venezolanas para hacer parte de una plataforma promovida por Dejusticia, llamada Enlaza Venezuela. Fue un gran gesto de solidaridad por parte de esta organización colombiana de derechos humanos: participamos en talleres de formación, nos contactaron con organizaciones internacionales preocupadas por Venezuela y nos reunieron por una semana en Bogotá.
Fueron días en los que el único tema fue esta Venezuela herida por una crisis humanitaria que ha expulsado del país a más de 5 millones de personas, y su contracara: el terco y sostenido trabajo de quienes apostamos por una Venezuela mejor.
Fue una semana en la que pudimos sentir que no estábamos solos.
Ahí nos conocimos La Vida de Nos y Dejusticia. Ahí nos enlazamos. Y hablamos por primera vez del deseo de hacer algo en conjunto.
En enero de 2020 ese deseo comenzó a hacerse realidad: pusimos en un papel el primer esbozo de un proyecto editorial que nos permitiera reunir nuestros saberes y experiencias a favor de una idea socialmente relevante. Escogimos el tema, diseñamos el proyecto y establecimos fechas para su realización.
Pero en marzo de 2020 llegó el infortunio: una pandemia tomó por sorpresa al mundo y aterrizó en nuestros países, que ya sufrían su propia pandemia social. Entonces, cualquier otro tema comenzó a parecer irrelevante. Esa apremiante coyuntura colonizó nuestras mentes y nuestras vidas.
De esa colonización nació Los Confinados.
Cambiamos el tema inicialmente acordado y nos propusimos explorar ese vértice en el que confluyen tres líneas: el fenómeno migratorio, la pandemia y los derechos humanos. Explorar, concretamente, cómo la emergencia derivada de las medidas de confinamiento y el cierre de empresas y pequeños negocios, vino a afectar de modo muy particular a las personas migrantes que salieron de Venezuela y se establecieron en Colombia.
Para hacerlo debíamos trabajar en condiciones adversas, adaptándonos a las limitaciones impuestas por el confinamiento, así que quedó establecido desde el comienzo que todo se haría de manera remota; que la virtualidad y una hechura casi artesanal serían sellos distintivos del proyecto. No tenía caso lamentarse porque no serían posibles esas entrevistas presenciales y distendidas a las que estábamos acostumbrados para desarrollar las historias.
Definido el enfoque, hicimos una gran lista de todas esas posibles situaciones que estarían atravesando nuestros migrantes. Y como si se tratara del casting para una película llena de dolor y esperanza, iniciamos la búsqueda de las personas de carne y hueso que nos permitieran mostrar cada situación.
Invitamos a emprender esa búsqueda a no menos de 20 periodistas y fotógrafos, colombianos y venezolanos residenciados en Colombia y Venezuela. Fueron decenas de llamadas, por teléfono y por WhatsApp, a amigos, conocidos, vecinos, organizaciones sociales. Hasta que cada situación pergeñada en esa lista fue cubierta por alguien.
De esas vidas está lleno Los Confinados. Porque eso es este especial: un universo de vidas de personas desafiadas por la pandemia, contadas desde la intimidad de su encierro. O al fragor de los hechos.
La historia de Yaraviceth Mayora y Alexánder Jiménez, por ejemplo, supuso vencer especiales dificultades. Para hacer la reportería, Raylí Luján fue entrevistándolos por semanas mientras ellos caminaban para volver a Venezuela. La comunicación era intermitente y por cortas notas de voz cuando ellos tenían señal en sus teléfonos.
En otras circunstancias, la periodista habría podido hacer mil y una preguntas más. Y en otras circunstancias los personajes habrían estado prestos a dar más detalles: hablamos de gente que caminaba desesperada por llegar a su país, cuya una preocupación era su supervivencia. Eso determinó en gran modo las cortas entrevistas. Y para complementar la investigación, nos apoyamos en conversaciones telefónicas con la hermana de Yaraviceth desde el estado Vargas, en Venezuela, quien manejaba información también limitada, y en dos fotógrafos ubicados en Cúcuta y Táchira.
La realización del proyecto fue todo un viaje de cientos de megabytes en audios, videos, fotografías y textos entre distintas ciudades de Colombia y Venezuela, que luego fueron cuidadosamente editados hasta convertirlos en estas 17 historias, en distintos formatos, que conforman el especial, junto a un reportaje que pone todas esas vidas en contexto y explica cómo los gobiernos de ambos países han manejado la emergencia de la pandemia en las personas migrantes.
Al final, conjugamos la participación de 2 editores principales y 1 auxiliar, todos venezolanos; 9 periodistas venezolanos (5 de ellos migrantes residenciados en Colombia como los personajes de las historias); 3 periodistas colombianos (1 de ellos que se define a sí mismo como colombo-venezolano porque vivió muchos años en Venezuela), 3 fotógrafos profesionales (2 venezolanos y 1 colombiano) y otros tantos fotógrafos sobrevenidos; 1 editora visual, 1 editor audiovisual, 1 corrector de textos y 2 ilustradores, todos de Venezuela; 2 abogadas colombianas expertas en asuntos migratorios; 1 diseñador y desarrollador web (migrante venezolano residenciado en Chile); 2 coordinadoras de comunicaciones (1 venezolana y otra colombiana); y finalmente 4 periodistas venezolanas encargadas de las comunicaciones en redes sociales (1 de ellas venezolana migrante en Colombia y la otra en Panamá).
Hablamos de un proyecto verdaderamente binacional, que conjuga el esfuerzo de 2 organizaciones afines en sus propósitos y de 28 profesionales de países hermanos, en 13 ciudades diferentes.
Una alianza que es muestra de solidaridad, enlace, trabajo conjunto, que es lo que creemos que demandan estos tiempos tan desafiantes para todos y, en especial,
para las personas migrantes.
Un proyecto en el que se unieron un infortunio y una maravilla, así como la migración humana hace que confluyan nuestras tragedias y lo mejor de quienes se van y quienes nos reciben.
Durante el proceso de definición y producción de las piezas que conforman este trabajo especial, nos tropezamos con una hermosa voz que cantaba una canción cuya letra parecía hablarnos de este tema, de esta gente que es parte de nosotros, del espíritu que alimentaba este proyecto. Se trata de Confesiones, de la cantautora colombiana Marta Gómez, a la que, en un impulso emocionado, contactamos para decirle que su canción, como una banda sonora, encajaba perfectamente en el espíritu de estas historias, y solicitarle permiso para que acompañara este proyecto. Su generosa respuesta permitió que podamos agregar sus confesiones aquí.