Carlos Monasterio entró un día a su casa en Valencia, al centro norte de Venezuela, y vio a su esposa, Maite, desmayada en el suelo. No había comido en días. “Me aterra volver a vivirlo”, dice. Ambos llegaron a Bogotá hace un año tratando de escapar del hambre. Hoy, con la cuarentena, reviven el miedo que creían en el pasado, esta vez con ella embarazada de seis meses.
Uno de cada tres venezolanos no tiene suficiente para comer, dice la Organización de las Naciones Unidas. Y para más de 1,8 millones, Colombia fue la mejor opción para escapar de esa realidad. Ahora, el confinamiento les impide trabajar.
La gran mayoría de los venezolanos en Colombia trabaja en actividades informales y depende de ingresos diarios, lo que los hace muy vulnerables en este momento de crisis global. Muchos llegaron los últimos años escapando de la inflación, el hambre y la delincuencia. Esos recuerdos aún están frescos en su memoria.
Para documentar la falta de acceso a los alimentos, entregué cuadernos a un grupo de migrantes venezolanos pidiéndoles que llevaran un registro de sus comidas diarias. Después de unos días, volví a fotografiarlos. En el diario de Alejandro Carrero, por ejemplo, se lee la palabra “nada” en desayunos y almuerzos de tres días seguidos. Al lado de la cena escribió “arroz con papas”.
A través de una serie de retratos, imágenes de su comida y espacios, y de notas del diario que escribieron a solicitud mía, este proyecto de colaboración tiene como objetivo mostrar cómo el hambre afecta a aquellos que huyeron de la mayor crisis económica en América Latina, que deseaban una segunda oportunidad y que les ha tocado enfrentar una situación similar nuevamente.
Este es un capítulo de un proyecto colectivo más grande emprendido por 11 mujeres fotógrafas de América Latina, que documentan la cadena alimentaria en la región y cómo ha sido afectada por la covid-19.
Este trabajo fue apoyado por el Fondo de Emergencia para Periodistas por covid-19 de National Geographic Society.