El repartidor de sangre

Por Mariana Escobar Roldán
Fotografías Álbum Familiar

En medio de la pandemia, Elvis Rodríguez recorre Bogotá en su moto con una nevera desechable llena de plasma, plaquetas y glóbulos rojos, que entrega en clínicas y hospitales. Este joven venezolano de 22 años migró a Colombia en 2018 porque en la tienda de repuestos para autos donde trabajaba ya nadie compraba nada.

 

01. Elvis Rodríguez ya no siente miedo. Se acostumbró a una rutina que, para quien puede vivir una pandemia en las trincheras de su casa, suena riesgosa.

Desde que el 24 de marzo se decretó el confinamiento obligatorio en Colombia, este joven de 22 años, nacido en Valencia, en el centro norte venezolano, entra y sale de clínicas y hospitales de Bogotá entre 8 y 10 veces durante su turno de trabajo, que va de 5:00 de la tarde a 5:00 de la mañana. Solo descansa los sábados.

2.Con guantes, tapabocas y gorro, llego en mi moto a los laboratorios de clínicas y hospitales, llevando en mis manos neveras desechables. Atravieso una cortina de líquidos desinfectantes que me quitan de las suelas y la ropa cualquier rastro de calle. Ahora se ven poquitas personas en las salas de urgencias. La gente no se atreve a ir, a no ser que estén mal, muy mal. Por ejemplo, un viernes, que era el día en que nos pedían transportar más sangre, ahorita ya no ves casi a nadie. Ahorita lo que hay es coronavirus.

3. Hace apenas cuatro meses, cuando Elvis comenzó su trabajo como transportador de plasma, plaquetas y glóbulos rojos —cuya demanda, en medio de la pandemia por el coronavirus, aumentó—, las urgencias mostraban algunos de los síntomas de la crisis que vive el sistema de salud colombiano: congestión, caos, personal insuficiente.

La pandemia cambió aquel escenario agitado, y también aumentó el riesgo para trabajadores como él. Ingresar varias veces cada día a distintos centros de salud y estar en contacto con el personal que ha tomado muestras o atendido a pacientes con covid-19, no es un asunto menor.

4. He notado que, con el paso de las semanas, las medidas de protección en hospitales y laboratorios se han perfeccionado. Las muestras que recibo las llevo en tres recipientes distintos y las neveras desechables en las que las traslado, o bien se botan o son minuciosamente desinfectadas por el personal que las analiza.

5.  No obstante, al inicio de la pandemia, por las manos de este joven pasaron muestras mal empacadas, que incluso por eso no las recibían en los laboratorios de destino. Las medidas de protección para el personal de salud con el que debía relacionarse en el intercambio eran precarias: tenían tapabocas corrientes y trajes inapropiados.

6. Es bastante pesado. El personal de salud con el que tengo confianza dice a veces que tienen 30 o 40 compañeros infectados, y si han estado en contacto los aíslan y los mandan para la casa. Pero no me asusta, yo creo que todo es higiénico. Cada vez que entro, me dicen: “Elvis, lávate las manos. Elvis, pasa por la máquina. Elvis, el tapabocas”. Ahí todos saben que el tema es delicado.

7. Pero en sus recorridos aparecen otros dilemas. En Bogotá se impusieron restricciones de salida a la calle por género, con 46 excepciones entre las que está el trabajo de Elvis. Sin embargo, más de una vez lo ha detenido la policía, lo cual provoca retrasos en sus entregas, de las que dependen jornadas de trabajo en laboratorios. Y vidas.

8. Por suerte, como llevo dos años como repartidor a domicilio, en jornadas en bicicleta que también se extendían hasta la madrugada, sabía moverme rápida y ágilmente por Bogotá. Ya conocía la ciudad como la palma de mi mano.

9. El tamaño de la pandemia juega en su contra. El alto volumen de muestras —a veces entre él y sus colegas transportan unas mil al día— vuelve su trabajo aún más complejo. Y no ayuda el caos que —por el hambre y el relajamiento del confinamiento— volvió a las calles.

Pero Elvis no tira la toalla. Salió de su país en abril de 2018 porque en la tienda de repuestos para carros en la que trabajaba ya nadie compraba. Y temía que le robaran lo poco que conseguía. También migró porque quería probarse siendo independiente. Es el camino que va transitando.

10. Por lo pronto, seguirá llegando a casa en las madrugadas, bañará su chaqueta impermeable en alcohol, la dejará guindada de la puerta y se quitará el peligro con agua y jabón. Soñará con el aire cálido de Valencia, las tardes de fútbol y las charlas con su padre en el carro que un día compraron, cuando parecía un chiste pensar en Venezuela que un salario mínimo llegaría a alcanzar solo para unos pocos huevos.